“Río más Hermoso del Mundo”
Caño Cristales (La Macarena, Meta, Colombia) es considerado por muchos como el “Río más Hermoso del Mundo”. Pareciera exagerado el cumplido, pero solamente visitándolo es posible dimensionar la belleza de este paraíso colombiano. Durante muchos años ha estado totalmente cerrado al turismo. Pero hoy es posible visitarlo con total tranquilidad y con vuelos directos desde Bogotá, Medellín y Villavicencio.
La canoa atraviesa el río Guayabero. Es muy temprano pero La Macarena ya está bien despierta: hay turistas japoneses, israelíes y uruguayos por las calles del pueblo, listos para conocer el río de los cinco colores, el mítico Caño Cristales. El municipio se mueve en torno a ellos.
El aire es húmedo, pero soportable en la mañana, mientras se cruza este río de 200 metros de ancho, que lleva el nombre en homenaje a los indígenas guayaberos. El canoero baja la velocidad en este primer recorrido rumbo al que es considerado el río más bello del mundo. Y hacen su aparición las chenchenas, unas aves migratorias del Amazonas, similares a los faisanes y con cresta.
Las llaman pavas hediondas, explica el guía, porque expelen un olor fétido para alejar a sus enemigos; el grupo se alivia porque las aves, lindas a la vista, estén allá, muy arriba de los árboles.
La vida en el río comienza a tornarse lenta, tranquila y el ritmo desenfrenado con el que vienen los citadinos empieza a desaparecer. El tiempo se extiende y da para contemplar a tres tortugas terekai en un tronco, esperando el turno para lanzarse al agua. En escena aparecen cuatro monos maiceros, saltando de una rama en otra. Al fondo, la selva espesa y más profunda de Colombia.
Se siente como adentrarse a la mitad del mundo, porque la Serranía de La Macarena es el punto de encuentro de tres ecosistemas muy poderosos: la Amazonía, la Orinoquía y los Andes.
La primera parada es Caño Cristalitos. Allí, una familia que cuida la entrada al Parque Nacional Serranía de La Macarena tiene un criadero de tortugas y recupera a animales que estuvieron en cautiverio como Pepe, el tucán. También se encarga de controlar el ingreso de turistas: por tratarse de un área protegida, el número de visitantes debe ser limitado para proteger la sostenibilidad del lugar. Y les advierten a los viajeros que no pueden usar protector solar ni repelente de insectos. “Sus químicos dañan el río y las plantas acuáticas. Nosotros cuidamos tanto este lugar porque es nuestro tesoro”, afirma Yerlis Bustamante, el guía que nos acompaña, un joven que se graduó como técnico en guianza cuando la violencia amainó en la zona y los turistas comenzaron a visitarlos en masa. Antes, venir a esta región del país, dominada por las Farc, era considerado una osadía.
Caño Cristalitos es como darle un delicioso chocolate a un niño con la promesa de que ya vendrá el gran manjar. Y no decepciona. Se comienza a caminar entre velloussas, la planta endémica de La Macarena, o entre bromelias, hasta llegar a una enorme meseta desde donde se divisan la inmensa serranía y la magnificencia de la selva. Desde allí se puede ver la deforestación de algunas zonas, pese a los intentos de los locales por mantener intacto su pulmón verde.
Después de un recorrido de dos horas y media, aparece un río rojizo, como un tapete delicado y suave de plantas rosadas que, con los reflejos el sol, se pintan de ese color que hace mítico a este lugar.
Las llaman pavas hediondas, explica el guía, porque expelen un olor fétido para alejar a sus enemigos; el grupo se alivia porque las aves, lindas a la vista, estén allá, muy arriba de los árboles.
La vida en el río comienza a tornarse lenta, tranquila y el ritmo desenfrenado con el que vienen los citadinos empieza a desaparecer. El tiempo se extiende y da para contemplar a tres tortugas terekai en un tronco, esperando el turno para lanzarse al agua. En escena aparecen cuatro monos maiceros, saltando de una rama en otra. Al fondo, la selva espesa y más profunda de Colombia.
Se siente como adentrarse a la mitad del mundo, porque la Serranía de La Macarena es el punto de encuentro de tres ecosistemas muy poderosos: la Amazonía, la Orinoquía y los Andes.
La primera parada es Caño Cristalitos. Allí, una familia que cuida la entrada al Parque Nacional Serranía de La Macarena tiene un criadero de tortugas y recupera a animales que estuvieron en cautiverio como Pepe, el tucán. También se encarga de controlar el ingreso de turistas: por tratarse de un área protegida, el número de visitantes debe ser limitado para proteger la sostenibilidad del lugar. Y les advierten a los viajeros que no pueden usar protector solar ni repelente de insectos. “Sus químicos dañan el río y las plantas acuáticas. Nosotros cuidamos tanto este lugar porque es nuestro tesoro”, afirma Yerlis Bustamante, el guía que nos acompaña, un joven que se graduó como técnico en guianza cuando la violencia amainó en la zona y los turistas comenzaron a visitarlos en masa. Antes, venir a esta región del país, dominada por las Farc, era considerado una osadía.
Caño Cristalitos es como darle un delicioso chocolate a un niño con la promesa de que ya vendrá el gran manjar. Y no decepciona. Se comienza a caminar entre velloussas, la planta endémica de La Macarena, o entre bromelias, hasta llegar a una enorme meseta desde donde se divisan la inmensa serranía y la magnificencia de la selva. Desde allí se puede ver la deforestación de algunas zonas, pese a los intentos de los locales por mantener intacto su pulmón verde.
Después de un recorrido de dos horas y media, aparece un río rojizo, como un tapete delicado y suave de plantas rosadas que, con los reflejos el sol, se pintan de ese color que hace mítico a este lugar.
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